Esta es la historia del cuadro que pintó Rubens para el ayuntamiento de Amberes, y el porqué se encuentra hoy en el museo del Prado, expuesto en Sala 028 (planta 1): https://www.museodelprado.es/coleccion/obra-de-arte/la-adoracion-de-los-magos/b6440da1-0c0c-4ead-84b7-f5a017e2fd17
Nos parece que la corrupción es típica de nuestros días, pero no, siempre estuvo ligada al poder de forma más o menos lícita o ilícita.
El pintor
Pedro Pablo Rubens (1577 – 1640) fue un pintor amberino, exponente del Barroco. Como muchos otros pintores flamencos viajó a Italia y de allí trajo influencias de Tiziano, Caravaggio, Correggio, Mantegna y Veronés entre otros. La adoración de los Magos es la máxima expresión de este conocimiento, y de las diferentes técnicas pictóricas que el pintor empleó a lo largo de su carrera. La obra llegó desde Amberes a Madrid donde fue disfrutada por diferentes monarcas. Cómo esto pasó es lo que me propongo contarles a continuación. Me permito también aconsejarles una visita a la Casa Rubens en Amberes.
El cuadro
La obra está pintada al óleo sobre lienzo, fue realizada en 1609, y ampliada entre 1628 y 1629, ya en Madrid. Tiene 355,5 cm de alto x 493 cm de ancho.

A principio de 1609 Rubens recibe un encargo de su amigo y mecenas, Nicolás Rockox, entonces alcalde de la ciudad de Amberes. La obra tendría como destino el ayuntamiento de dicha ciudad y sería expuesta arriba de la chimenea de la Sala de Estado. Es donde se iba a celebrar el acto más importante de la época, vital para la ciudad de Amberes, a saber, en 1609 se firma la Tregua de los Doce Años entre Mauricio de Nassau (los protestantes del norte) y la región católica del sur de Flandes, representada por el Archiduque Alberto e Isabel Clara Eugenia, hermana del entonces rey de España, Felipe III. Rockox sabía de la predilección de sus soberanos por el pintor amberino, y espera así agradarles durante las negociaciones. Por otra parte, la elección del tema por Rubens tampoco fue casual: Rubens quiso con esta escena representar la necesidad de paz que tenía Flandes en esos momentos. Con esta representación del nacimiento de Jesús, símbolo de paz, Rubens coloca en un lugar destacado de la sala, dónde se iba a celebrar las conversaciones de paz, no solo el deseo de paz venidero, sino que también la riqueza que podría llegar con esta paz, representada por los regalos de los Magos. Es una alegoría a la nueva era que empezaba con la firma de los acuerdos, una era de prosperidad y esperanza.
-Aquí me gustaría destacar el hecho de que los calvinistas holandeses no aceptaron garantizar la libertad religiosa para los católicos en los territorios por ellos dominados, y siguieron no solo asediando a los católicos, sino también confiscando sus bienes, pues a la nobleza, que era la que tiraba del carro de las protestas religiosas, le interesaba muchísimo la confiscación de esos bienes, hecho que también fue perpetrado anteriormente por los luteranos alemanes-.
El cuadro permanece arriba de la chimenea de la Sala de Estado del ayuntamiento de Amberes hasta 1612, que es cuando la ciudad decide regalárselo a don Rodrigo de Calderón por sus favores a la ciudad. Así en 1613, viaja el cuadro a España entre los otros muchos regalos ofrecidos a don Rodrigo por los amberinos.
La pintura de Rubens que colgó en la sala de armas del marqués de Siete Iglesias, don Rodrigo de Calderón, fue la primera versión que medía 259 centímetros de alto y 381 de largo. Una versión dónde la túnica roja del tercer rey mago pesaba a la derecha de la composición. Por esto el maestro decidió que la pintura necesitaba aire.
En 1628 viaja Rubens a España en misión diplomática, y durante el año que permanece en el Alcázar, prácticamente rehace el cuadro adaptando el lenguaje de la obra al estilo que utilizaba en ese momento, cuya inspiración principal era el arte de Tiziano. Añadió una tira en la parte superior del cuadro y otra en la parte derecha que incluía su propia efigie a caballo, con cadena de oro y espada. Con este autorretrato mostraba, igual que en todos sus autorretratos, que más allá de su condición de artista estaba su elevada situación social de caballero. También cambia la iluminación de la escena que se centra en el núcleo del cuadro desde lo más importante, el Niño, que ilumina los rostros serios de los personajes que lo rodean. Asimismo, añade un asno con los ojos tapados y el cuello girado como símbolo de los que vuelven la espalda a la religión católica dándole así una nueva interpretación a la obra que entonces también se encontraba en circunstancias diferentes. -Rubens siempre fue el príncipe del barroco en Flandes, y por ello el gran representante de la contrarreforma católica en los Países Bajos españoles-. Igualmente, es evidente el homenaje a Miguel Ángel en las figuras y el movimiento, contrastando con la calma y quietud de la parte inicial. Fíjense en el colorido y en la exuberante musculatura de algunos personajes. La musculatura, el movimiento y el colorido que encontramos en el añadido son las constantes en los cuadros de Rubens.
¿Quién fue Rodrigo de Calderón?
Hay un dicho en España que dice: «Tener más orgullo que don Rodrigo en la horca», una expresión que se aplica para reprochar a una persona su altivez, altanería o prepotencia. Aunque el dicho no es del todo correcto, tiene fundamentos históricos, pues se refiere al rumor difundido sobre la actitud que mantuvo don Rodrigo Calderón en el cadalso cuando fue degollado, que no ahorcado, públicamente en la Plaza Mayor de Madrid, el 21 de octubre de 1621. Este fue el triste final de un noble de origen flamenco, un ambicioso personaje que creció al amparo del duque de Lerma y compartió con él poder y riqueza durante el reinado de Felipe III. Es la historia que cuenta la novela de Alfonso Mateo-Sagasta, “El Reino de los Hombres sin Amor”. Gascón de Torquemada fue su biógrafo personal. Don Rodrigo, fue un hombre corrupto que amasó una gran fortuna, pero que sin embargo tuvo agallas y gusto, un olfato especial para el arte, un hombre que aun despierta curiosidad, y que ha sido tema de muchos escritos, y que, a causa de enredos políticos y enemigos envidiosos, que siempre los hay, pagó con su vida.
Rodrigo de Calderón nació en 1576 en la ciudad de Amberes, Flandes, hijo de un capitán de los tercios de Flandes residente en la ciudadela amberina, llamado Francisco Calderón y de María de Aranda y Sandelín. El tal Francisco Calderón estaba mal visto en la ciudad de Amberes porque se contaba que participó en actos de rapiña durante el saqueo de Amberes (en la historia de Flandes este acontecimiento lleva el nombre de “Furia Española”, aunque los soldados estacionados en la fortaleza de Amberes, construida por el duque de Alba, no fueran en su mayoría españoles, sino italianos y alemanes), y que así se apoderó de gran cantidad de tapices flamencos.
Don Rodrigo pasó a España en 1598 al servicio del todopoderoso valido español, Francisco de Sandoval y Rojas, primer duque de Lerma, se gana su confianza, y consigue así el título de ayuda de Cámara del rey, y con ello el acceso a la corte de Felipe III. A la sombra del valido del rey, don Rodrigo consigue reunir fortuna, poder y una colección artística de gran valor. No siempre de forma legítima, tenemos que admitir, sino que se sirvió de su poder y rango social para con cohecho enriquecerse y hacerse con piezas exquisitas. Fundó el convento de Portaceli en Valladolid dónde acumuló tapices, pinturas, candelabros de plata y otras piezas de arte, entre ellas un grupo de doce cuadros encargados a Orazio Borgianni, que todavía se conserva en situ. Don Rodrigo poseía además la hacienda de La Oliva cerca de Plasencia por su casamiento con Doña Inés de Vargas, un palacio en Valladolid y otro en Madrid. También en estas localidades fue acumulando riquezas y obras de arte. Conocemos su patrimonio artístico por el material de su proceso, puesto que la mayoría de sus bienes fueron confiscados después de su proceso político por cohecho y corrupción. Fue la cabeza de turco, ya que alguien tenía que pagar para poder dejar atrás la política del duque de Lerma, y abrir el paso a la nueva política del conde de Olivar, valido del nuevo rey, Felipe IV.

En 1601 se instala la corte en Valladolid y don Rodrigo destaca como organizador, y asciende a secretario de Cámara. En 1606 la Corte retorna a Madrid, mas entretanto muchos llenaron sus bolsillos con la especulación inmobiliaria, entre ellos, Rodrigo Calderón. En 1607 se pone en marcha un movimiento de depuración contra altos cargos que se habían servido de cohecho para aumentar sus bienes. Cae don Pedro Franqueza, conde Villalonga y don Alonso Ramírez de Prado, miembro del Consejo Real. Estas detenciones alertaron a don Rodrigo que, sin embargo, sigue actuando con total impunidad hasta que su forma de proceder, que era conocida y circulaba con gran facilidad, llegó a los oídos de la reina doña Margarita. La Reina manda a investigar a don Rodrigo y su entorno, y aquí es cuando cae Francisco Juara, que fue asesinado para evitar así que hablara.
En 1611 falleció la Reina de sobreparto, y los enemigos del duque de Lerma no dudaron en extender la noticia de un envenenamiento implicando implícitamente a la mano derecha del duque, don Rodrigo Calderón. Así que el Rey dio orden a don Rodrigo para que abandonara Palacio. Esto no impidió que ese mismo año recibiera de su señor, el duque de Lerma, el hábito de Santiago.
Lo mandaron en misión diplomática a Flandes entre 1612 y 1614. Así fue como vino a visitar su ciudad natal en compañía del marqués de Espínola y un grueso equipo de colaboradores y criados para informar en Paris y en Flandes sobre el doble matrimonio convenido entre Ana de Austria con Luis XIII y el Príncipe heredero, don Felipe con Isabel de Borbón, hija del rey de Francia, Enrique IV y María de Médicis. El ayuntamiento de Amberes lo recibió con todos los honores, y olvidando las rapiñas del padre lo colmaron de regalos, algunas veces en clara manifestación de pago por algún favor. Recibió continuas muestras de afecto y era agasajado tanto por la infanta-gobernadora, Isabel Clara Eugenia, como por su marido, el archiduque Alberto. Volvió don Rodrigo a Madrid ya a finales de 1612 con un barco más, llenito de regalos que recibió el buen señor de los súbitos flamencos: ropa, tapices, pinturas y hasta caballos. Entre estos regalos se encontraba el famoso cuadro de Rubens, la adoración de los Reyes Magos.
Una vez en España, la confianza del rey en su persona continuó manifestándose: el monarca le nombra marqués de Siete Iglesias, conde de la Oliva, se le otorga el mando de la Guardia Alemana, que era un grupo militar de escolta, y es nombrado Consejero de Estado. En octubre de 1618 el duque de Lerma se retira de la vida política ante la gran presión de las fuerzas opositoras, y a don Rodrigo se le aconseja de huir. Don Rodrigo, tan seguro siempre de sí mismo, hizo caso omiso, y fue detenido en febrero de 1619. Antes de su detención tiene el tiempo de abandonar Madrid, y se va a Valladolid donde destruye todo papel que pudiera comprometerlo, y ocultó gran parte de su riqueza. Lo acusaron y admitió el asesinato del plebeyo, Francisco Juara y de Agustín de Ávila, de cuyas muertes había sido inductor y ordenante, aunque nunca admitió la acusación del hipotético envenenamiento de la reina doña Margarita de Austria. Fue salvajemente torturado para conseguir que confesara los cargos que contra él pesaban siguiendo las órdenes del propio monarca. Después de dos años en prisión, el Rey mostró indulgencia y quiso dejarlo en libertad, pero tardó demasiado para realizar el cometido, y en marzo de 1621 muere Felipe III sin haber concedido aun el indulto al marqués de Siete Iglesias. Subió al trono Felipe IV, y con él el triunfo definitivo del rival del duque de Lerma, el nuevo valido del Rey, Gaspar de Guzmán y Pimentel, el conde-duque de Olivares. Se hizo entonces caso de las acusaciones populares contra la administración viciosa y corrupta del reinado de Felipe III, y se dio la orden de que se actuara de forma severa contra el marqués, de forma que su caso fuese un ejemplo a la sociedad. Los jueces, que antes eran partidarios del indulto, condenaron a don Rodrigo a la pena de muerte. Así el todopoderoso Rodrigo Calderón, marqués de Siete Iglesias, conde de la Oliva, comendador de Ocaña, capitán de la Guarda Alemana de Su Majestad, secretario de cámara del rey, regidor perpetuo, alguacil y registrador mayor de la Chancillería de Valladolid, embajador extraordinario en Francia y los Países Bajos, fue ajusticiado en la Plaza Mayor de Madrid, el 21 de octubre de 1621, acusado de numerosos delitos: asesinato, fraude, cohecho y malversación de caudales públicos. Sus bienes fueron entonces confiscados y subastados: el propio rey, Felipe IV compró muchos de estos bienes, entre otros la Adoración de los Reyes Magos que destinó al Real Alcázar de Madrid.

En el último trance, don Rodrigo, afrontó la muerte de forma serena e impasible, mostró además grandes dosis de resignación, valor, dignidad, pero sobre todo un sincero y profundo arrepentimiento de sus culpas, que logró conmover a quienes habían sido sus enemigos. Tales demostraciones hicieron que se ganara de manera repentina el respeto y la simpatía de las masas que acudieron a su ejecución, y que tanto habían influido en su destino final. De esta forma se acuñó la frase «Tener más orgullo que don Rodrigo en la horca», basada en tal circunstancia.